Iba muriendo la tarde,
¿Te acuerdas, amada mía?
Y dejaba callada en las flores
Sus besos la brisa.
La luna en el horizonte
Melancólica lucía,
Derramando en el cielo sus rayos
De luz blanquecina.
Sonaba esa hora q anuncia
La oración, dulce y tranquila,
Y nosotros hablábamos juntos;
Recuérdalo, niña:
De un amor todo pureza,
De una pasión infinita,
De dos almas ardientes q el mundo
Cruzaban unidas.
¿No sabes q yo te adoro,
Q soy yuya? me decías,
Y en tus ojos azules brillaba
La luz de la dicha.
¿Por q sufres, si mi pecho
Todas tus penas mitiga?
¿Por q sufres, si mi alma es tu alma,
Tus penas las mías?
No quiero mirarte triste:
Ven, y tu frente reclina
En mi seno, do enciende su llama
Pasiòn infinita.
Así dijiste, y entonces,
¿Recuerdas, graciosa niña?
Recliné delirante en tu seno
Mi frente abatida.
Sentí después q tus labios
Con una dulce sonrisa,
En mis labios posándose ardientes,
Me dieron la dicha.
Desde entonces, cuando sufro,
Voy con la frente abatida
A posarme en tu seno un instante;
Y tú, amada mía,
Comprendiendo q te adoro,
Q sólo es tuya mi vida,
Me consuelas, y entonces recuerdo
Hermosa y tranquila
Aquilla hora, aquella tarde,
Aquella luz blanquecina,
Q vió unidas latir nuestras almas
Y creímos eternas niña,
La luz de nuestras miradas,
La paz de nuestras sonrisas.
Las palabras q vierten los labios,
Y la hora de nuestra cita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario